
Narra la historia de un bebé huérfano que es adoptado y, por una grave negligencia de su nueva madre (Edna Purviance) es robado y acaba siendo abandonado entre la basura de unos contenedores en un barrio de mala muerte. Dada esta coyuntura, la cámara deja de lado a la dolorida madre y pasa a centrarse en un vagabundo que se encuentra holgazaneando por las calles buscando un modo de salir del lodo. Este, que no es otro que Charles Chaplin, se encuentra al niño y no pudiendo endosárselo a nadie, decide dejarse llevar por la ética que bombardea su cabeza y apadrinarlo extraoficialmente, tras la cruda escena en la que levanta la tapa de una alcantarilla, desesperado, con la intención de arrojarlo queriendo evitar todos los problemas y las responsabilidades que una boca más que alimentar acarrea.
El niño está interpretado por Jack Coogan (cuando crece y tiene más o menos cinco años) y demuestra poseer un genuino talento innato para la actuación, sigue el ejemplo de Chaplin y actúa a su imagen y semejanza, bamboleándose al caminar, gesticulando en exceso, esquivando con gran arte todos los golpes y situaciones de la vida, saliendo siempre del paso, pero sobre todo, transmitiendo profundas emociones a través de los gestos faciales, en especial de la mirada, que en ocasiones compite con la de Chaplin en el último fotograma de Luces de ciudad. La figura del chaval (para mí) es el gran eje de la obra indispensable que, me atrevo a decir, sobresale por encima del propio Chaplin con sus inesperadas capacidades.
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En la historia, cambiando ya de tema, se juega mucho contraponiendo con gran arte la antítesis alta burguesía-bajos fondos pues en un principio el niño parece que ha tenido un golpe de suerte y por un gran infortunio se ve obligado a vivir en una buhardilla con un hombre que el un principio le da un hueso como sonajero, tales son sus nociones de maternidad, y más tarde, por las circunstancias los dos comienzan a hacer un negocio con una buena dosis de picaresca, Chaplin se dedica a ir preguntando si alguien necesita un ventanal nuevo por las calles por las que el chico ha pasado precedentemente rompiendo cristales a pedradas, esta es, dicho sea de paso, una de las escenas más divertidas.
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Escena en la que se bendice la mesa |
El final es bastante surrealista, tras un fundido en negro con la siguiente cita: Dreamlands, se comienza a ver un sueño de Chaplin en el que conviven muchos ángeles en su restaurado barrio en paz y armonía, tras unos segundos aparecen una especie de diablos que corrompen la escena introduciendo en los presentes vicios muy humanos como los celos, esto siembra la discordia. El fragmento desentona bastante con el conjunto al igual que un rápido flash en el que aparece la imagen de Jesucristo crucificado que, tras pensarlo, el único significado que se me ocurre es el paralelismo que el autor ha querido remarcar entre este y el personaje del chico.
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