No quiero encasillarme pero esta entrada de hoy también trata sobre una de esas películas que despiertan algo dentro de nosotros, esas que con su afilado mensaje penetran en nuestras conciencias y nos bombardean recordándonos los sinsentidos diarios que aceptamos por inercia, sin pensarlos, que nos preguntan cosas como ¿y tú por que has ido esta mañana a trabajar/ estudiar? En efecto, la vida es, gracias a dios, corta para que lo único que cambie de un día para otro sean, con mucha suerte, las conversaciones.
No esperes a que la vida te venza
cuando el día anterior
te sea exactamente igual al nuevo día.
Es el mismo horizonte cada mañana, la misma cama cada noche y los mismos compañeros de mesa día tras día lo que hizo que el protagonista de una de mis entradas antiguas (Hacia rutas salvajes - Sean Penn) dejase todo para vivir su vida en vez de simplemente pasar por ella. Esta es también una película para mochileros y Alex Supertramp, como divinidad entre los mochileros será el que me servirá de eje central para compararlo con Richard, el ficticio personaje del filme de Danny Boyle.

En cambio, adentrándonos en las psicologías de los personajes, pese a estar unidos por un orgullo latente y un gran ansia de superación materializada en la persecución de sueños, mucho se distancian en su visión del mundo pues mientras Alex parece moverse por un enorme amor al mundo que le rodea y una rebosante filantropía, el motor de Richard es un alma repleta de odio y misantropía que le lleva a tantear su alrededor en busca de su propio paraíso. Será por este motivo por el que nuestro personaje pasa de leer en voz alta fragmentos de Tolstoi como Alex hacía, a murmurar insultos hacia todo lo que contenga algún retal civilizado.

La película es muy buena y posee unos planos preciosos de la isla, que servirá de escenario ideal por su perfecta contraposición con la bulliciosa ciudad tailandesa que aparece al principio y que representa todo lo negativo de la civilización elevado a unos niveles insuperables. Sin embargo, la banda sonora deja mucho que desear, es buena en los momentos dramáticos y consigue transmitir el tono trágico que pretende, pero en determinados momentos en los que una canción adecuada podría haber provocado una emocionante catarsis al espectador han colocado unos temas de un pop comercial infumable que estropean una gran parte de la escena. Un excepcional acierto, debo decirlo, fue la aparición más que necesaria de una de las que, a mi juicio, es una de las mejores aportaciones de Bob Marley a la música reggae, haciendo la escena más real al ser cantada a coro por los miembros de la comuna. Se trata del himno a la libertad llamado Redemption Song:
Emancipate yourselves from mental slavery
(Emanciparos de la esclavitud mental)
En conclusión, Richard y Alex aparecen como dos caras de una misma moneda lanzada al aire por la libertad. Dos personajes que, como más del noventa por ciento de la población sintieron que no aguantaban más la vida que el sistema les proponía, con la sustancial diferencia de que ellos formaban parte de ese uno por ciento que decidieron ser coherentes con sus ideas y hacer algo al respecto, convirtiéndose pese a su fracaso en un ejemplo a seguir. De cualquier manera no ha decaído en su favor mi especial cariño hacia Alex, aunque solo sea por el simple hecho de que Hacia rutas salvajes fue una historia real.
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